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La villa espirituana conmemora su aniversario 498
este año. Mucho se ha escrito sobre la fundación de las siete primeras
villas en el territorio insular y, a pesar de que no quedan evidencias
documentales de ningún tipo como para refrendar los actos oficiales de
poblamiento, Sancti Spíritus, la cuarta de ellas, tiene el privilegio
de ostentar una fecha apoyada en indagaciones de reconocido prestigio.
Alrededor del hecho creció con lógica rapidez el
mito de la conversión de Fray Bartolomé de las Casas, clérigo que
propugnó una de las utopías sociales más contundentes de la conquista
para evitar la extinción de la raza aborigen víctima de los desmanes de
la colonización.
Pero cabría preguntarse si a la distancia de 493
años de ambos acontecimientos, la historia local ha podido decantar sus
vínculos y diferenciar la índole de sus significados en el
conocimiento cabal de los espirituanos de hoy.
El repartidor de indios
Velázquez dispuso los ánimos para continuar la
travesía, las lluvias de mayo aliviaban los ardores de la canícula,
pero calaban los huesos con una humedad que descomponía los humores del
cuerpo.
Atrás quedaban jornadas de duro bregar desde que
arribara en canoa a la bahía de Jagua el 23 de diciembre de 1513 y más
tarde buscara asiento en las márgenes del Arimao, la mayor corriente
fluvial de esos contornos donde sus exploradores habían encontrado
muestras del metal precioso. Allí fundó la tercera de las villas bajo
la advocación de la Santísima Trinidad para perpetuar el recuerdo de su
Segovia natal, devota de la trilogía divina.
Tomando rumbo norte, los hombres de su avanzada
habían localizado un paraje a orillas de un río que los aborígenes
llamaban Tuinucú, donde quizás el oro relumbrara en las arenas de sus
sueños escamoteados siempre por la inclemencia de los jejenes. Corrían
entonces los días finales de mayo de 1514 y el Repartidor de Indios,
título que Su Majestad el Rey le había conferido para aplacar la mala
ralea de su tropa y someterla al principio de vecindad, que los
obligaba a permanecer en las tierras fundadas después de recibir
haciendas e indios sometidos al vasallaje bajo el pretexto de la
catequización o conversión a la fe cristiana, no podía menos que pensar
en la cercanía de la Pascua de Pentecostés.
Para aquella celebración había invitado a Fray
Bartolomé de las Casas, clérigo asentado en el archipiélago de los
Canarreos con una encomienda de aborígenes que él mismo le había
conferido como premio a su lealtad.
El fraile dominico accedió a dictar misa en la
iglesia de yagua y guano levantada por los hombres de la avanzada con el
auxilio de los indios de la comarca, no ya en la costa meridional,
sino en tierra adentro para salvar enormes extensiones sin presencia
española.
Velásquez farfulló una jerga de improperios,
temeroso de que el sacerdote aprovechara la ocasión para sermonear a
sus seguidores con la más insólita de las revelaciones, pero se
tranquilizó dando crédito al mutuo acuerdo de mantener el secreto.
El defensor de los indios
Llamado por Velázquez a título de capellán y
consejero en la empresa de la conquista desde los lejanos días del
1512, el padre Bartolomé de las Casas no pudo negarse a la petición del
caudillo para que oficiara misa en la festividad religiosa que
celebraba la venida del Espíritu Santo y dio nombre al asentamiento en
ciernes.
Antes de abandonar La Trinidad había renunciado a
su encomienda de indios y una exaltación contenida sofocaba de consuno
su ánimo disipado. Los versículos bíblicos del capítulo 34 del
Eclesiástico, que promulgaban: “Quien quita el pan ganado con el sudor
es como el que mata a su prójimo. El que a Dios ofrece sacrificios
tomados de la hacienda de los pobres es como el que degüella a su hijo
delante de su padre”, habían obrado en su espíritu, mientras preparaba
los oficios de la misa, una suerte de catarsis, inicio de su prédica a
favor de los indios.
Confesó su predestinación a Velázquez, quien no
escatimó esfuerzos para hacerlo desistir de semejante propósito porque
deseaba verlo rico y próspero, pero sólo pudo arrancarle la promesa de
mantenerla en secreto durante algún tiempo.
El tiempo pasó y el 15 de agosto de ese 1514, Las
Casas, que nunca regresaría a sus condominios en La Trinidad, sintió
el rigor de la tolerancia y temeroso de cometer flagrante pecado mortal
pronunció su famosa homilía conocida como el Sermón del
Arrepentimiento. Más tarde que nunca había roto la promesa desde el
improvisado púlpito de la iglesia de yagua y guano, donde dos meses
antes bendijera el nuevo asentamiento.
Los 36 parroquianos llegados con el gobernador de
la isla se escandalizaron, y el propio Velázquez escuchó perplejo aquel
primer reclamo emancipatorio que condenaba “(…) su ceguedad,
injusticias y tiranías y crueldades que cometían en aquellas gentes
inocentes y mansísimas y cómo no podían salvarse teniéndolos
repartidos, ellos y quien se los repartía; la obligación a restitución
a que estaban obligados, y que él, por conocer el peligro en que vivía
había dejado los indios (…)”.
“Quedaron todos admirados y aun espantados de los que les dije
-escribiría más tarde-, y algunos compungidos y otros como si lo
soñaran, oyendo cosas tan nuevas como era decir que sin pecado no
podían tener los indios a su servicio (...)”.
Las pifias
Muchas son las pifias que germinaron a expensas de la fundación,
fraguadas en acontecimientos recogidos o copiados por los escribas del
Nuevo Mundo con desiguales aciertos, casi siempre de oídas y sin
participar directamente en los hechos. El Padre las Casas, testigo
presencial de primera mano, escribió 33 años después su Historia de las
Indias no sin reconocerle errores considerables.
Los historiadores espirituanos Manuel
Martínez-Moles, su sucesor Segundo Marín, y más cercano en el tiempo el
investigador Santiago Prieto, quien realizó un encomiable cotejo de
los calendarios juliano y gregoriano para demostrar cómo la fecha
movible de los festejos de Pentecostés coincidió en 1514 con el 4 de
junio, arrojaron luz sobre las especulaciones trasegadas a lo largo de
casi cinco centurias.
Sin embargo, se ha generalizado la creencia de
asociar la misa ofrecida por Las Casas, que consagró oficialmente la
fundación de Sancti Spíritus tomando como pauta la festividad religiosa
del Espíritu Santo para denominar la villa, con el famoso Sermón del
Arrepentimiento, ocurrido como ya adelantamos el 15 de agosto de 1514,
fecha fija desde el siglo VI para celebrar el Día de la Asunción.
Todo parece indicar que son por separado dos
hechos contundentes debidos a la presencia de Las Casas. Si el primero
no hubiere bastado para reivindicar la fecha de la fundación, el otro
resultaría suficiente para conferirle excepcional relieve, como lo
señala la doctora Hortensia Pichardo en La fundación de las primeras
villas de la isla de Cuba: “A la villa de Sancti Spíritus le cabe la
gloria de que en su suelo se haya escuchado por primera vez en la isla
una voz clamando por la libertad de los naturales, voz (que) logró
fijar la atención de los monarcas y del Consejo de Indias en el problema
indígena y en la necesidad de hallarle soluciones más humanas”. |
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